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Falleció Washington Castro

El viernes 29 de octubre del corriente ha fallecido en la ciudad de Mar del Plata Washington Castro.
Sus restos fueron inhumados en la misma ciudad.
A manera de homenaje a este gran amigo, transcribimos parte de un artículo publicado por Ana María Mondolo en la Revista de Instituto de Investigación Musicológica Carlos Vega, UCA.

Washington Castro fue testigo y partícipe del desarrollo de la música académica argentina del siglo XX. Nació en el período en que, de la mano de los Primeros Profesionales y de la Generación del ’80, nuestro arte comenzaba a ocupar un lugar propio. Los creadores cultivaban con solvencia todos los géneros sobre la base de una sólida formación de corte europea. A la par que adherían a las tendencias universalistas tradicionales, consolidaban el nacionalismo inaugurado hacia mediados del siglo XIX por los compositores de la etapa de Transición. Maestros e instrumentistas de nivel internacional creaban escuela. Luego de la inauguración del Teatro Colón (1908), comenzaron a surgir lentamente un buen número de organismos e instituciones que terminaron por desplazar una actividad musical que se nutría, en forma masiva, de artistas contratados en el extranjero.
Es bien sabido que Washington Castro nació (13-07-1909) en el seno de una familia de músicos[1]. Recordemos que su padre, Juan José, acababa de dejar un puesto de violonchelista en el Teatro Comedia de zarzuelas para convertirse en luthier. Sus hermanos, José María y Juan José, comenzaban a abrirse camino como violonchelista y violinista, respectivamente, en teatros dedicados al género chico y en cines donde la música resultaba imprescindible, dado que era la época de las películas mudas.
Curiosamente Washington Castro no tuvo una educación formal. Si bien desde muy pequeño sintió una especial predilección por el violonchelo, no fue sino hasta los 9 años de edad que su padre comenzó a impartirle lecciones mediante un método que escribía personalmente con ese fin. Un año y medio más tarde prosiguió los estudios bajo la guía de su hermano, José María.
Cuando en 1920 Juan José viajó a París para ingresar a la Schola Cantorum, el padre tuvo la idea de trasladarse a la Ciudad Luz con la meta de probar fortuna como luthier y posibilitar el perfeccionamiento de su hijo menor en violonchelo. Así fue como Washington accedió, por espacio de un año y medio (1923-1924), a tomar clases particulares con Maurice Maréchal. Pero su estancia en Francia se eclipsó por problemas de salud de su progenitor y por falta de medios económicos suficientes como para poder sobrevivir allí.
Forzado a regresar, en Buenos Aires siguió recibiendo los consejos de su hermano en instrumento hasta que, en 1926, se convirtió en discípulo de Alberto Schiuma. Por esa época también comenzó su labor como integrante de conjuntos que actuaban - “a la hora del té” - en confiterías como la Richmond, Ideal, La Perla del Once, o en iglesias como la del Socorro para los casamientos. También integró el organismo de la Asociación del Profesorado Orquestal (APO), pero este puesto no era rentado. Su primer trabajo estable lo tuvo en el cine Princesa de la calle Suipacha (1928).
1929 marcó un hito en la historia de la música argentina. Juan Carlos Paz, Jacobo Ficher, Gilardo Gilardi, José María y Juan José Castro crearon el Grupo Renovación y desde su seno provocaron un cambio en el rumbo planteado por el bloque numeroso y compacto de la generación del '80. Para Washington “fue la época del deslumbramiento con la música de avanzada. Los ejecutantes se ofrecían desinteresadamente a participar en los conciertos del Grupo. Yo intervine como violonchelista e inclusive participaba en las reuniones y analizaba obras”.
Por placer y por necesidad, Washington Castro se estaba convirtiendo en un excelente lector a primera vista, capas de interpretar desde una página de “música ligera” hasta una obra de vanguardia. Eran momentos en los cuales debía compatibilizar sus necesidades económicas con las artísticas. Por eso cuando perdió su puesto en el Princesa por el advenimiento del cine sonoro y surgió el auge de las radios, pasó a integrar la orquesta de cámara de Splendid que dirigía su hermano, José María (1930).
En 1935 se inauguró Radio El Mundo. Esta emisora contó con una de las mejores orquestas sinfónicas del país. La misma estuvo bajo la batuta de Juan José Castro. Washington ocupaba el primer atril.
El 22 de agosto de 1937 la Asociación Argentina de Música de Cámara tributó un homenaje a Pablo Casals, quien  había debutado en el Teatro Colón bajo la dirección de Juan José Castro (7-08-1937). El concierto estuvo consagrado a obras transcriptas por Alberto Schiuma para un conjunto de violonchelos que organizó con sus alumnos. Este hecho fue de gran importancia para Washington, dado que siendo el discípulo dilecto de ese maestro, ocupó el rol de solista y fue el único que tuvo la posibilidad de tocar obras en dúo con el pianista Emilio Sánchez. Casals lo invitó a tomar cursos con él en España. Pero Washington estaba pasando por un momento muy crítico de su vida. En 1933 se había casado con su prima hermana, Esther Castro. De este matrimonio nació una hija, Graciela Esther (1936-1939), que al año y medio de vida contrajo parálisis infantil. Además, España estaba atravesando por la Guerra Civil. “Yo no tenía mucha iniciativa en ese momento y carecía de medios económicos como para trasladarme a Europa”.
Resignado a no viajar, continuó luchando por forjarse un futuro en la Argentina. Este país le tenía reservadas muchas oportunidades.
Integró la Agrupación de Violoncelis­tas de Buenos Aires fundada por Alberto Schiuma. En 1945 fundó el Cuarteto Haydn, que integró con Eduardo Acedo, Carlos Sampedro (violines) y Líbero Guidi (viola). Simultáneamente formó parte del conjunto de veinticinco músicos de Radio Belgrano, donde, además, tuvo la oportunidad de debutar como director y adquirir cierta estabilidad en ese rol. Al crearse  la Orquesta Sinfónica Municipal (21-12-1946; más tarde Filarmónica de Buenos Aires) se convirtió no sólo en el primer violonchelista, sino también en el director suplente de Lamberto Baldi. Fue en el Teatro Auditorium de Mar del Plata, el 20 de febrero de 1947, donde dirigió su primer concierto sinfónico. Pero el momento de gloria lo encontró al dirigir el estreno de La Historia del Soldado de Stravinsky, con coreografía de Margarita Wallmann, en el Teatro Gran Splendid (1-12-1948). Ese mismo año se había creado la Orquesta Sinfónica del Estado (hoy Sinfónica Nacional) y también tuvo la oportunidad de dirigirla.
Mientras tanto, las experiencias adquiridas con el Grupo Renovación y, sobre todo, su contacto permanente con José María Castro lo fueron predisponiendo para la composición. Por consejo de estos músicos se decidió a tomar clases privadas con  Honorio Siccardi.
Washington Castro ingresó de manera efectiva al Grupo con sus dos primeras obras, que datan de 1941, la Obertura Festiva (retirada) y la Sonata para clarinete y piano (perdida). De esta época todavía se conserva la grabación del sello Odeón (78 rpm) de la Sonata para violonchelo y piano, interpretadas por el compositor y su esposa, Esther. Era una etapa de evidente adhesión al estilo neoclásico, ideal compartido con su hermano José María.
Luego de la disolución del Grupo Renovación se convirtió en Miembro Fundador de la Liga de Compositores de la Argentina (1947)
Su carrera de director seguía en ascenso. En 1950 recibió una Mención del Círculo de Críticos Musicales de Buenos Aires “al mejor director de orquesta argentino” de la temporada. Ese fue el año en que le tocó dirigir, en el Teatro Colón, el estreno de una de sus primeras obras sinfónicas, El Concierto campestre, Suite según el cuadro de Giorgione (1946). Con él inauguraba una línea de trabajo que jamás abandonó: traducir en sus composiciones elementos de orden plástico. Pintor por afición, dejó trascender en diversas partituras su gusto por las manifestaciones de esta disciplina artística. Los tres números que integran el concierto - "Matinal", "Pastoral" y "Ronda" -  fueron elaborados sobre la base de un tratamiento orquestal que resulta casi camarístico. Los diversos grupos instrumentales están trabajados con gran individualidad, adquiriendo especial relevancia las maderas. La obra guarda cierta analogía con una muy posterior, Concierto de Ángeles (1989). Su título responde a las sugerencias producidas por representaciones plásticas italianas que datan del 1500 (ángeles músicos). La orquesta sinfónica, que también opera por grupos, se halla prácticamente privada de sus sonoridades más graves (escaso uso de trombones y contrabajos, ausencia de timbales) para producir un efecto de liviandad. Es una suite en siete partes en la que introdujo temas trovadorescos del siglo XIII.
En 1956 fue contratado para organizar la creación de la Sinfónica Provincial de Santa Fe, organismo con el cual debutó el 15 de mayo de ese año y que estuvo a su cargo hasta 1963.
Para conmemorar el primer aniversario del citado organismo compuso la Obertura Jubilosa (1957), una de las obras que alcanzó mayor difusión en la Argentina. Sin embargo su estreno no tuvo lugar sino hasta 1959. Elaborada dentro del contexto de las formas tradicionales, su carácter festivo está realzado por una temática incisiva y una instrumentación brillante en la cual alcanzan gran relieve los metales. Prevalece la escritura de tipo homófona, trabajada sobre la base de una textura armónica tonal.
De este período también data su primera obra con temática religiosa, la cual atrae muy especialmente al autor. Comentarios Sinfónicos para la Pasión de Nuestro Señor (1956) se basa en un texto, inspirado en los Evangelios, que le encomendó a su pariente, Héctor Ganduglia. El mismo está a cargo de un recitante que narra momentos de la vida de Jesucristo sobre una orquestación destinada a comentar el drama.
En 1964 dejó Santa Fe y pasó a dirigir en forma estable de la Orquesta Sinfónica de Córdoba. Continuó recibiendo invitaciones para actuar, sobre todo, en Tucumán y Mendoza. En esta última provincia presentó a concurso Música Sinfónica para Juana de Arco (1968) y ganó el premio de 1969. Castro se la dedicó al organismo de la Universidad Nacional de Cuyo, con quien la dio a conocer ese mismo año. La obra tiene un programa subjetivo y se presenta exenta de palabra. Sus partes - "Visión / Lucha", "La oración secreta", "Soledad", "Canto fúnebre / Glorificación" – se desarrollan dentro de un lenguaje atonal en el que los diversos grupos instrumentales operan por contraste de sonoridades y matices, amalgamándose en sólo algunas oportunidades.
A la par de estas creaciones Washington Castro se aproximó a la música ciudadana. En abril de 1969 compuso tres Tangos para violonchelo y piano, que merecieron el Premio Fondo Nacional de las Artes, en 1973. El primero, que no lleva indicación metronómica de velocidad, se inicia con una breve introducción en la que se define el ritmo característico de la especie musical. El elemento melódico generador del discurso está a cargo del violonchelo. El piano cumple un trabajo de apoyo armónico que deriva de la línea melódica profusamente cromatizada. El segundo número de este ciclo está elaborado a partir de elementos rítmicos y melódicos del tango El choclo de Ángel Villoldo. La obra de Castro se inicia con el clásico giro ascendente del motivo popular, en la línea del violonchelo. Este y el piano discurren en la estilización y transformación del citado tema, el cual se define sobre el final de la partitura. Una introducción de tres compases a cargo del piano anticipa rítmicamente la célula generadora del último número de la serie. La primera parte, delimitada por una doble barra de repetición, expone el tema en el violonchelo. Un segundo tema cede paso a una sección de alternancia y desarrollo, en ambos instrumentos, de las ideas expuestas. La obra se cierra con un sector cadencial en el cual se superponen elementos de los dos temas principales.
A la par de sus otras actividades Washington Castro también se dedicó a la docencia ejercida a través de las universidades del Litoral, Córdoba, La Plata y en los conservatorios Municipal "Manuel de Falla" y "Juan José Castro" de La Lucila. A las cátedras de Violonchelo y de Música de Cámara se sumó su actuación al frente de la orquesta de Cámara Juvenil "Teodoro Fuchs" de LRA Radio Nacional (1971-1976), que recordamos muy especialmente. Sin embargo, tiene una única partitura didáctica. Paseo por la orquesta (1991) está destinado a la comprensión y reconocimiento tímbrico sinfónico. La introducción y el final de la misma comprometen a la orquesta en su totalidad. Los instrumentos son exhibidos del agudo al grave sobre un pedal que otorga continuidad y unidad al discurso.
Entre 1977 y 1984 Washington Castro dirigió la Sinfónica de Mar del Plata y en 1988 la orquesta de Juventudes Musicales de la misma ciudad. Allí es donde reside actualmente para orgullo de quienes lo nombraron Ciudadano Ilustres en 1995 y le otorgaron premios como el "Neptuno", Municipal "Alfonsina Storni" (1982), Pedro Luro (1981), Unión del Comercio de la Industria y la Producción (UCIP). Este último estaba destinado a personas o entidades que hayan efectuado aportes importantes a la cultura de Mar del Plata.
Desde 1979 es Académico de Número de la Academia Nacional de Buenos Aires. En París, le fue conferida la Medalla Vermeil de la Sociedad para el Estímulo del Progreso (1983). Por su trayectoria también le otorgaron el Gran Premio de la Sociedad de Autores y Compositores (SADAIC; 1990), el Premio Consagración de la Provincia de Buenos Aires (1991), el Premio de la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina (1993), el Premio de la Orquesta de Cámara Ensamble Instrumental Argentino del Colegio Nacional de Buenos Aires (1993) y el Premio Konex de Platino (1999). En 1998 lo nombraron Profesor Honorario de la Universidad Nacional del Litoral.
Washington Castro no podía decidir cuál de sus actividades le resultaba más gratificante.
Adoro el violonchelo, ya no lo toco, pero lo adoro. Me cuesta mucho oír chelistas, incluso grabaciones, porque me da muchísima nostalgia. No oigo ni siquiera mis propias grabaciones. [...] Naturalmente me han quedado las otras dos actividades, que yo diría que son absolutamente incomparables: componer y dirigir. Si me ofrecen un concierto para dirigir, yo me vuelvo loco de satisfacción. Si me encargan una obra, es casi mejor que recibir un premio.
[...]
Ahora, ya en la vejez, he vuelto un poco a clarificar la armonía, he abandonado el afán por la disonancia y por la cosa agresiva en el ritmo. He vuelto a lo más simple, más sencillo. Uno siente un poco que ya ha dicho todo lo que quería decir y ahora es dueño de hacer lo que se le ocurre. Cuando uno es joven se cuida de lo que dirán, de cómo será juzgada la obra. Si esto tiene algún valor, si será una audacia o no lo será, de cómo lo recibirá el público, los músicos y el que la dirige. [...] Al igual que Falla, pienso que uno no es más que un instrumento. En toda obra de arte la cosa viene de arriba, de Dios. Uno se limita a ser un intermediario más o menos bueno con los medios que tiene a su alcance: su imaginación, sus condiciones para el oficio... No se hace más que recibir esa inspiración y escribir. Eso tiene un relativo mérito.
[...]
Mi música es atonal. Nunca he hecho el menor intento por el dodecafonismo, en el que no creo aunque haya ejemplos geniales. Y no he cultivado jamás el folclore. Ni una nota. He preferido en general la música de carácter dramático, de fuerza. El único folclore que he cultivado es el folclore ciudadano – el tango –, llamémosle así. Pero me he inspirado muchas veces en la pintura, porque yo adoro la pintura casi tanto como la música.


[1] Juan José Castro (padre; 1864-1942) y Luisa Podestá (1876-1914) tuvieron cinco hijos: José María (1892-1964), Juan José (1895-1968), Rodolfo (1898-1963), Luis Arnoldo (1902-1973) y Washington. Varios años después de enviudar, en 1928, Castro (p) contrajo matrimonio con Francisca Cobelo (1892-1967). De esta unión nació Jorge Enrique (1929). Cinco miembros de esta familia se dedicaron a la música. No corresponde abundar aquí sobre la relevante trayectoria que tuvieron tanto José María como Juan José (h), en su carácter de compositores, directores de orquesta e instrumentistas. Sólo señalaremos que Luis Arnoldo fue violinista, musicógrafo y secretario del Conservatorio Municipal Manuel de Falla.
 
 

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