Recuerda los terroríficos malones que arrasaban las pequeñas poblaciones de la Pampa.
En escena aparece un grupo de indios al mando de Caniupán, sobrino del cacique, merodeando una población blanca en busca de botín. Los salvajes deben esconderse rápidamente ante la llegada de Hilarión, rico hacendado que aguarda el regreso de un cortejo nupcial. El hombre demuestra su desesperación al ver desvanecidas todas sus ilusiones, pues amaba en secreto a Rosario, la desposada.
Cortejo de bodas. Llegan los gauchos con sus chinas, elegantemente ataviados, formando un cuadro de creciente animación, hasta que tiene lugar el arribo de los novios Rosario y Lorenzo.
Zamba. La pareja se apresta a bailar rodeada por los invitados. De improviso irrumpen los indios perseguidos por Hilarión, quienes los castiga duramente. Rosario se dirige impetuosamente hacia Hilarión y forcejeando le arrebata el látigo. Los indios se alejan y levantan los puños amenazantes.
Huella. Para cortar ese momento de tensión, dos amigos de Lorenzo invitan a bailar a las jóvenes amigas de Rosario; se le suma la flamante pareja.
Los viejecitos. Llega un matrimonio de ancianos que profesa hondo cariño a los desposados. El viejecito obsequia al novio su estimado facón. Rosario y Lorenzo agradecidos solicitan su bendición.
Malambo. Luego Hilarión entrega a la novia un lujoso abanico, actitud que despierta celos en Lorenzo. Unos niños traen un nido de calandrias que encontraran caído junto al carretón, para que Rosario lo entregue al vencedor del malambo que va a tener lugar entre los dos rivales. Alternativamente zapatean hasta que Lorenzo se impone por su gallardía. Hilarión, lastimado en su amor propio, le hace pisar el poncho al novio, derribándole. Ambos, enardecidos, inician un duelo criollo, pero son separados por los paisanos. La joven pareja olvida lo ocurrido e invita a los presentes a hacer otro tanto, mientras se aleja la escena.
La siesta. Es la hora del reposo. Descansan gauchos y chinas sobre los aperos. Algunos ceban mate, otros relatan cuentos alrededor del fogón. Reaparecen Rosario y Lorenzo. Ella está apenada e inquieta por lo ocurrido con Hilarión. Su novio para consolarla le entrega el nido de calandrias y abrazados tiernamente escuchan las voces que vienen del campo entonando una canción.
“Luce la pampa una flor
tan blanca como la aurora,
lirio del más puro amor
trino del ave canora.
La ra la lai la.
Novia del rubio trigal,
que bajo el cielo se dora
agua que sube el brocal
como calandria cantora.
La ra la lai la.”
Dos muchachos. Entran dos jóvenes anunciando que sobre el horizonte, hacia el sur, se percibe una polvareda. Cunde la inquietud por el presagio del malón. Varios gauchos se burlan del temor de los presentes. No quieren inquietar a los novios, que han permanecido ajenos hasta el momento. El ambiente se anima.
Pericón. Algunos paisanos van al encuentro de la pareja y la conducen a medio del proscenio para que encabece el conjunto que bailará el pericón.
El malón. La alegría es interrumpida por el estrépito del cañonazo, seguido del toque de alarma del fortín. Los hombres se aprestan para la defensa, mientras las mujeres y sus pequeños buscan refugio. Caniupán, junto con sus indios sedientos de venganza se precipita sobre los gauchos, terminando con ellos...
En la noche, el repiquetear de la iglesia llama a los sobrevivientes quienes desolados contemplan la escena. Rosario, aterrorizada, se agita en horribles convulsiones; siente que sus fuerzas declinan y, vacilante, cae. |