Los jardines del palacio a pleno sol. Se festeja el duodécimo cumpleaños de la infanta.
Cuadro Primero
Juego de niños. La princesita juega al escondite con sus compañeros en la terraza, entre jardines de piedra y viejas estatuas cubiertas de musgo. Aparecen Don Pedro, tío de la infanta, y el gran inquisidor, y cumplimentan a la pequeña. Luego ésta, de la mano de su tío, desciende las escaleras y de dirige al amplio pabellón de seda existente en el extremo del jardín. Los demás los acompañan.
Pequeña marcha para el desfile de los niños toreros. Entre los festejos programados figura el simulacro de una corrida de toros. Un cortejo de niños nobles, ataviados suntuosamente con trajes de toreros, recibe a la infanta. El joven conde de Nueva Tierra conduce a la princesa hasta una silla de oro y marfil, desde donde presenciará el espectáculo. Los niños y niñas, agrupados en torno, hablan y ríen, mientras Don Pedro, el inquisidor y los duques observan complacidos.
El conde de Tierra Nueva Tiene a su cargo el papel de matador y después de una divertida lidia clava su espada en el cuello del animal, arrancándole la cabeza y dejando al descubierto la sonriente cara del niño que animaba al toro.
Sinfonía para la escena de títeres. Luego actúa un ilusionista y a continuación, en un pequeño escenario, los italianos representan una tragedia semiclásica: Sofonisba , que conmueve profundamente a la infanta y a todos los presentes.
Minué argentino. Los pequeños compañeros de la princesita bailan un elegante minué.
Entrada de los egipcios. Una compañía de gitanos, o “egipcios” como se los llamaba entonces, tañe suavemente sus cítaras, balanceándose acompasadamente.
Presentación del enano. El número anterior había tenido gran éxito, pero los festejos de la mañana culminan con la entrada del enano, quien ingresa a la escena con ademanes tan grotescos que despierta la hilaridad general. La risa de la infanta es tan violenta, que su institutriz la llama al orden. Es la primera vez que el enanito aparece en la corte.
“Lo habían descubierto el día antes corriendo locamente por el bosque dos nobles que iban de caza por uno de los sitios más alejados del gran encinar que circunda la ciudad, y o habían conducido con ellos al palacio, como una sorpresa para la infanta; su padre, que era un pobre carbonero, se sintió satisfecho de que le librasen de un niño tan feo e inútil. Quizás lo más divertido era la completa inconsciencia en que se hallaba se su propio aspecto grotesco. Parecía en realidad completamente feliz y encantado de su alta valía”.
Danza del enanito. “Cuando los niños reían él reía también tan franca y alegremente como cualquiera de ellos, y al final de cada danza les hacía las más cómicas reverencias, sonriendo y moviendo la cabeza como si fuera realmente uno de ellos, y no un pequeño ser desdichado, hecho por la Naturaleza en algún momento humorístico para la burla de los demás. En cuanto a la infanta, le tenía completamente fascinado”.
Al terminar, ésta le arroja burlonamente la rosa blanca que adornaba su cabellera. Sin entender la burla, el bufón se arrodilla a sus pies con la mano en el corazón y luego se aleja.
La niña continua riendo y, tras agradecer la recepción al joven conde de Tierra Nueva, se retira a sus habitaciones, ordenando que el enanito vuelva a bailar después de la siesta.
Cuadro Segundo
En la sala más hermosa del palacio.
El enano, lleno de alegría al saber que debe bailar nuevamente ante la princesita, en sus correrías por el palacio, penetra en la sala.
“No estaba solo. En la sombra de la puerta, al fondo de la estancia, erguía una figurilla contemplándole. Le tembló el corazón un grito de alegría salió de sus labios y avanzó hacia la luz. Entonces la figura avanzó y también pudo verla claramente.”
Era un monstruo, el más grotesco monstruo que había visto nunca. No era proporcionado como todo el mundo, sino jorobado y patizambo, con una enorme cabeza colgante y una melena negra. El enano frunció el ceño y el monstruo lo frunció también. Se echó a reír y rió con él; dejó caer las manos a los costados y el monstruo hizo lo mismo. Le hizo una reverencia burlesca y él le devolvió la misma reverencia. Avanzó hacia él y vino a su encuentro, copiando cada paso que daba y parándose cuando se paraba. Gritó divertido, corrió hacia él tendiéndole la mano y la mano del monstruo tocó la suya; y estaba fría como hielo. Sintió miedo, retiró la mano y la mano del monstruo le imitó la misma presteza. Intentó avanzar; pero algo liso y duro le detuvo. La cara del monstruo estaba ahora muy cerca de la suya y parecía llena de terror. Apartó el pelo de sus ojos. El monstruo le imitó. Le golpeó, y aquel le devolvió golpe por golpe. Gesticuló con aversión y el monstruo le hizo muecas horrorosas. Retrocedió y aquel retrocedió también.
Se estremeció y arrancando de su pecho la bella rosa blanca, se volvió y la besó. El monstruo tenía una rosa también ¡idéntica a la suya, pétalo por pétalo! la besaba con los mismos besos y la apretaba contra su corazón haciendo terribles muecas. Cuando al fin despuntó en él la verdad, lanzó un grito salvaje de desesperación y calló al suelo sollozando.”
Siempre llorando se arrastra hacia la sombra. Entran la infanta y los demás niños y prorrumpen en carcajadas al verlo caído. El bufón no los mira. Sus gemidos se van debilitando y finalmente suspira, lleva su mano al costado y queda inmóvil.
La princesita exige que el enanito baile para ella y pide a su tío que lo reanime. Don Pedro se inclina y toca la mejilla del enano con su guante. Como el enano no se mueve el chambelán se acerca y le pone su mano sobre el pecho, comprobando que está muerto. Ante las preguntas de la infanta, responde que el enanito no podrá bailar más porque se le ha roto el corazón. La niña, desilusionada, dice desdeñosamente que en adelante los que vengan a jugar con ella no tengan corazón, y sale corriendo hacia el jardín. |