La acción del primer acto transcurre cerca del puerto de El Callao; la de los restantes en Lima y sus alrededores. Epoca, entre 1575 y 1600.
Acto I
Es día de mercado. Los nativos pregonan sus mercancías, mientras soldados españoles beben a la vera de una taberna, y caballeros y señoras se acercan a los puestos donde se exhiben los artículos más variados. El acto se inicia con la entrada de un pregón que, según la costumbre de la época, lee un bando del Virrey, declarando fiesta y holgorio en celebración de la llegada de una escuadra española, la cual puso en fuga a piratas ingleses que merodeaban por las cercanías del puesto de El Callao. Esta victoria es magnífica por los soldados españoles y disminuida con mala intención por los nativos, que no pierden ocasión de manifestar su odio a los opresores. Llegan Mateo y Mercedes, hijos del Hechicero. Esta, con su velo de tapada, recorre los puestos de la feria, seguida por un mequetrefe que la persigue y se atreve a molestarla. La protesta airada de Mercedes atrae la atención del pueblo. Mateo se dirige al afectado caballero, con quien se encara para defender a su hermana. Un oficial español, que sale de una taberna, pretende arrestar a Mateo impidiéndolo Mercedes; ésta detiene al oficial, con quien entabla un diálogo galante a fin de dar tiempo a Mateo a huir.
Al terminar el diálogo entre Mercedes y el oficial, la mujer se aleja, y éste vuelve a la taberna. Regresa Mateo, esta vez con su padre, quien –bajo su aspecto de mercachifle- oculta el orgullo de su ascendencia incásica. Mateo se lamenta de la crueldad de los españoles, siendo interrumpido por el son de trompetas y cantos que se acercan, anunciando que llega a Lima gente palaciega para festejar la victoria y esperar la llegada de la escuadra triunfante.
De la taberna sale un grupo de soldados ebrios que cantan coplas picarescas. Poco después arriban Clarisa, el mequetrefe y otros jóvenes y muchachas de alto rango. Mientas esperan la llegada de la escuadra española se entretienen jugando a la gallina ciega, siendo interrumpidos por la entrada de dos frailes mendicantes. Ambos son piratas ingleses disfrazados y, uno de ellos, Henderson, viene con la secreta ilusión de ver a Clarisa, de la cual quedó rendidamente enamorado cierta vez que su jefe, el pirata Drake, la tuvo como rehén y a quien le devolvió la libertad a pedido del propio Henderson. Este se ingenia par quedar solo con Clarisa, dándole a conocer con gran sorpresa de la joven, quien –temerosa de la audacia del pirata- le pide que huya en defensa de su vida y de su amor secreto. El diálogo amoroso es interrumpido por la llegada de Tirso, prometido de Clarisa por imposición de su padre, quien trata de averiguar porqué se ha quedado Clarisa sola con el fraile. Ello provoca un incidente, pero en el momento de irse a las manos, se oyen cañonazos que anuncian la proximidad de la escuadra española. La multitud, atraída por esos cañonazos, invade la escena impidiendo que el incidente asuma proporciones mayores. Todos celebran el arribo de la flota victoriosa.
Acto II
Ocupa la parte principal de la escena la casa de Don Nuño, padre de Clarisa, que ostenta en su fachada la imagen de una virgen, entronizada en una hornacina iluminada por dos lámparas de aceite. En el otro extremo de la calle, una fuente. Anochece. Se oye el campaneo de los toques de oración.
Tirso se pasea delante de la casa de la joven esperando que regrese de la iglesia. Entretanto habla con su amigo Gómez de los actuales desvíos de su prometida, que solo tiene explicación en la sospechada presencia del pirata y en su posible pasión por éste.
Llegan de la iglesia Clarisa, su madre Doña Mencía, Mercedes y servidores. Todos entran en la casa, excepto Clarisa, requerida por Tirso. El caballero inquiere, suplica y hasta amenaza a Clarisa, cuya frialdad no logra ser disimulada a pesar de sus amables frases de conformidad, por lo que Tirso se retira airado con la convicción de que sus sospechas son ciertas.
Mercedes consuela y retiene a Clarisa, llevándola a renovar las flores de la virgen y le anuncia la llegada de Henderson, quien poco después aparece y sostiene un diálogo amoroso con Clarisa.
A pesar de la vigilancia de Mercedes, Tirso sorprende a los amantes en pleno idilio y provoca a Henderson. Mientras los rivales se baten en una calleja próxima, las dos mujeres se arrodillan en oración ante la imagen de la virgen. Cesa de pronto la pelea y temiendo por la suerte de Henderson, Clarisa se asusta y da voces en procura de ayuda, provocando la salida de Don Nuño seguido de sus servidores. Aparece Henderson, quien pide socorro para Tirso, a quien a herido de muerte, y huye. No sin que antes Don Nuño y los suyos descubran su identidad.
Acto III
Es la noche de San Juan, cerca del río Rimac. A lo lejos se ven las fogatas tradicionales. A la luz de las hogueras, hombres y mujeres del pueblo (indios, zambos y mestizos) bailan y cantan. Un grupo de negros esclavos ejecuta una danza. Luego, todos se retiran; poco después llega el Hechicero, Mateo y Chancay, el músico ciego, con su quena y su herque. Mateo y el Hechicero lamentan el contraste entre la alegría del pueblo y estado deplorable en que se encuentras los suyos, exaltando, al mismo tiempo, la rebelión de los nativos contra el opresor español, rebelión que cada vez se hace más evidente y de la cual ellos son los responsables principales.
Chancay toca primero en la quena un son triste y de queja, que a pedido de Mateo cambia luego por la llamada vibrante del herque, señal convenida para la reunión de los conjurados. Estos acuden a su llamado y comienzan a cantar himnos guerreros, interrumpidos por la llegada de Mercedes, quien trae la noticia de que viene con ella Henderson, dispuesto con sus piratas a ayudarlos en la lucha. Henderson les pide, en cambio, auxilio para librar a su amada Clarisa, sometida a juicio de la inquisición por el presunto delito de amarlo. Grave delito, pues Henderson es hereje y ha matado a Tirso, el pretendiente de Clarisa.
Convienen el pacto. Amanece. Mercedes y los indios entonan el Himno de los Incas, que celebra la aparición del sol.
Acto IV
Frente a la casa de Don Nuño, con la portada clausurada por una gran cruz. Ante ella salmodia el Santo Oficio. A su alrededor, el pueblo reza.
Clarisa, condenada por la Inquisición a reclusión perpetua en un convento, debe cumplir la sentencia y ser trasladada con los cabellos cortados y con sambenito desde su casa al convento. Llega poco después el Gran Inquisidor y su cortejo. Aparecen guardias, esbirros, familiares de la Inquisición, el alguacil y el verdugo. El Gran Inquisidor ordena que inicie la ceremonia y se dispone a presidir el cortejo que ha de llevarse a la condenada. Clarisa aparece en la puerta entre dos monjas; implora piedad y pide quedarse encerrada en su casa, en oración y penitencia. Llega a conmover a su padre, Don Nuño, que intenta liberarla. Pero el Gran Inquisidor es implacable y el triste cortejo inicia su marcha.
De inmediato llega Mateo e, instantes después, Henderson con sus piratas. Todos se precipitan para liberar a Clarisa, quedando un oficial pirata y un ayudante par vigilar la puerta del pasaje subterráneo que conduce al mar y que está disimulada por un bajo relieve de la fuente.
Ambos oyen desde allí el fragor del combate. Poco después entran algunos indios, a quienes los piratas hacen volver a la lucha. Entretanto, los conjurados han conseguido su objeto y regresan. Henderson trae a Clarisa, con quien huye por el pasaje. Enseguida llegan soldados y el Gran Inquisidor con sus acólitos, en persecución de los fugitivos. Alguien nota que la puerta ha quedado mal cerrada y la señala al Gran Inquisidor. Este, advirtiendo que la fuga se ha producido por ese pasaje subterráneo, ordena que hagan girar las ruedas de la fuente. El agua se precipita violentamente, inundando el túnel y ahogando a los enamorados.
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