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ISIDRO MAIZTEGUI
por Ana María Mondolo

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compositor clásico académico argentino

Isidro Maiztegui
(Gualeguay, provincia de Entre Ríos, 14-07-1905;
Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, 29-05-1996)

Isidro Maiztegui
 

Tradición y Cultura Musical (1)

por Isidro Maiztegui

 

Muy agradecido por un homenaje y un título otorgado por el Honorable Concejo Deliberante de Mar del Plata que en realidad no sé si lo merezco, porque la actividad artística sobre todo es en realidad un trabajo diario como podría ser también el trabajo de los políticos, de los artistas en general. Y sobre todo en este momento de una crisis mundial en todos los órdenes, justamente uno recibe este homenaje que en realidad no es para uno sino para tratar de encauzar en alguna forma la crisis que estamos sufriendo en todos los órdenes. De manera que en lo que nos cabe a nosotros los artistas - en mi caso particular de músico - que toda la actividad este destinada a encauzar toda la riqueza telúrica y de todo orden que gozamos y que muchas veces no nos damos cuenta de la importancia que tiene. Por eso yo he pensado en estos días - sobre todo en contraste con todo lo que es la crisis actual - de tratar de ordenar todos los elementos nuestros, de nuestra propia riqueza, tratando de fomentar una tradición que responda a la cultura musical nuestra. No voy a abusar mucho de la atención de ustedes pero me sentía en la necesidad de responder a este homenaje no sólo para mí sino para todos los creadores en el orden artístico.
La generación de compositores que constituyen la Sociedad Nacional de Música en el año 1915 – actual Asociación Argentina de Compositores – fue la pionera que tuvo conciencia y necesidad de objetivar, en la acción y promoción de nuestros compositores, la expresión musical como pueblo determinado. No siempre nuestro público apoyó ese surgir de obras argentinas, ya estuvieran basadas en el folclore o estilo universal, en cierta medida, su realización. El esfuerzo que implica adquirir una técnica y, a través del trabajo intenso, llegar a dar forma artística a la expresión de un talento en sus vivencias espirituales y sentimentales, escapa por lo general al conocimiento, consideración o sospecha de tales esfuerzos por parte de este público y de la juventud en particular. Es muy fácil juzgar una obra según los gustos, pero no se tiene idea del mundo en el que el artista se mueve en la prosecución de la realización de su idea de una obra de arte. Es posible que, al margen de los públicos europeo y norteamericano, no haya otro tan extensamente y tan bien informado como el de Buenos Aires. No sé si realmente lo podemos considerar auténticamente culto o si su mayor mérito está en su alto nivel de información. Esta característica no es de ahora, sino de mucho atrás, aun desde la época colonial y de la independencia, en la que, a poco tiempo de estrenarse, por ejemplo, El Barbero de Sevilla de Rossini en Italia (1816), se daba a conocer aquí en 1825. Si bien es cierto que Italia ejerce la hegemonía musical en la Europa de los siglos XVI hasta el XVIII y promediado el XIX con su estilo virtuosista que degenera en el divismo operístico, tenemos, a su vez, el germen del romanticismo por otra corriente tanto estética como filosófica, cultural, política, etc., que ha de aflorar en el cultivo y la atención de los artistas con estilo propio de cada país, fomentando su exploración y utilización en las artes como elementos constructivos.
El artista y todo creador, por más genial que sea, han necesitado y necesitará siempre alimentarse en las bases de la tradición, pues nada surge por generación espontánea; tradición que da los cimientos para elevar, con la facultad de su estilo personal, los valores de las manifestaciones artísticas de su pueblo a través de leyendas literatura, canciones, danzas, etc.
Y aquí reside el valor y empeño de nuestros artistas y compositores en la lucha por encontrarse a sí mismos para darnos a su vez las características de la expresión artística como pueblo.
No se quiere decir con esto que nuestro compositor tenga y deba expresarse siempre a través de estos elementos (folclore). Muy lejos de tal aseveración, pero sí es evidente que, valiéndose de características aún universales, siempre – cuando es realmente auténtico – escapará por los requisitos de su estilo, su modalidad de argentino.
Si contemplamos el panorama nacional nuestro, es evidente que la raíz de donde crecerá nuestro hacer y formación artística está fundamentalmente en la aventura hispánica de la conquista y colonización, aparte de la corriente del norte que viene del altiplano y con característica dispar. En este aspecto no se ha divulgado lo suficiente, en el conocimiento popular, la eficaz y notable actividad musical desarrollada por los misioneros del litoral y nordeste, hasta la expulsión de los jesuitas por Carlos III en el siglo XVII. Se había llegado a un respetable nivel de cultura musical, tanto instrumental (con los recursos propios de la época) como en lo concerniente a la polifonía vocal. Tanto es así, que siempre que era necesario el despliegue ceremonial al arribo de un personaje de alta alcurnia llegado de la metrópoli (España) se recurría desde Buenos Aires a la eficacia y esplendor musicales de estos organismos. Se había llegado entonces sólo con los recursos de la fe, la disciplina y el goce espiritual de la música, a crear una “modalidad” de vida que, con el tiempo, había de dar los frutos más sabrosos de una verdadera tradición.
En este sentido debemos hacer hincapié en que la auténtica tradición no consiste ni la forman, expresiones o elementos estereotipados que se repiten y se dan como inamovibles para convertirse en algo intocable, de perenne esteticismo Todo lo contrario de su verdadera significación: tradición es la transmisión de generación en generación de las expresiones de toda índole artística, modos y maneras de comportamientos de un pueblo en sus más variados aspectos, que arraigan con estilo y maneras propias y características, pero también libradas a influencias temporales tanto en lo artístico como ne lo social, cultural, político y moral.
De esa ruptura del hacer misionero debida a razones políticas, es que hemos sufrido un “bache” de tradición musical que no se pierde del todo gracias a la virtud de un Zipoli en Córdoba pero que en su continuidad y desarrollo hubiera plasmado con el tiempo una rica tradición típicamente nuestra. La prueba está en que somos un pueblo que no canta. Si bien esta afirmación se presta para desarrollar la “causa” buceando por distintos y variados aspectos de nuestra modalidad (lo que sugiero como tema para otro profesional más capacitado que yo), este no cantar de pueblo de los argentinos, digámoslo francamente, es porque lo que consideramos tradición musical nuestra, aún no ha cuajado como expresión telúrica. Porque el hecho de que tengamos “cantores folclóricos” y agrupaciones vocales comercialmente eficaces para un programa radial o televisivo, no fundamentan lo que consideramos una tradición musical. Todo el elemento musical folclórico acumulado hasta hoy, está aún por estudiarse exhaustivamente. No se trata ni es cuestión de aplicar – como generalmente se hace – ciertos giros melódicos, cadencias y ritmos característicos con inoperante superficialidad, sino desentrañar la esencia de estos elementos, como la realizada por el genio de un Bartok, Falla, Musorgsky, Smetana, etc. ¿Qué música más universal que la de un Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Chopin, Brahms y tantos genios más y sin embargo tan empapadas de la musicalidad de sus respectivos pueblos con sus canciones y danzas? Naturalmente que tienen siglos de tradición, es decir, de formación de conciencia y sentimiento popular con sus leyendas, ritos, etc.
En el caso nuestro no se nos escapa contemplar la problemática crucial de la época que nos toca vivir, pero que plantea justamente dilemas y enfoques sumamente interesantes. Aparte de esto, con lo dicho no se deja de reconocer la actividad musical que se desarrolla en el país particularmente en la Capital Federal. Pero debemos manifestar que en toda ella (actividad) no hay una organización estructurada con el fin de que este mismo movimiento rinda sus frutos con fervor y fundamento de una tradición musical del país. No es suficiente tener profusión de institutos y conservatorios de música, se trata de crear y fomentar una cultura que redunde en beneficio de la formación de una conciencia popular pero de nivel artístico. Y estos dos conceptos, artístico – popular, que pareciera una antinomia, son en realidad el complemento de todo pueblo que ha desarrollado una conciencia no sólo artística, sino también obtenido el fruto del sentimiento que ha creado su propia tradición.
A ello deben dirigir su mirada y los anhelos nuestros “creadores musicales” para merecer con el tiempo el mérito de su colaboración en la fundamentación de nuestra tradición y cultura musical.

 

1) publicado en Polifonía, año 31, Nº 151-154, diciembre 1976. El 7-09-1995, ocación en que se lo nombró Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Mar del Plata, Maiztegui - de 90 años de edad - leyó este artículo con el añadido del primer párrafo. Volver

 
 

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Fecha de lanzamiento 1-02-2001
Responsable: Ana María Mondolo